Puna, expediciones, mulas y ratones

Puna, expediciones, mulas y ratones

o.- (Por Ricardo Alonso) Uno de los tantos nombres que recibía la Puna en las viejas cartografías era “El Despoblado”. También la colocaban como una “Terra Incógnita”, o simplemente “El Desierto”. O la Altiplanicie, por otro nombre el Altiplano. También se la llamó Puna de Atacama, aun cuando esta está geográficamente al oeste de la Cordillera Volcánica. Luego del laudo arbitral de 1899 entre Argentina y Chile, pasó a ser Territorio Nacional de los Andes, y desde el punto de vista político Gobernación de los Andes, con capital en San Antonio de los Cobres.
La recuperación de la Puna fue obra del presidente Julio A. Roca, quien nombró primer gobernador al general Daniel Cerri. En 1943 la Puna fue desmembrada y quedó dividida en tres departamentos: Susques, Los Andes y Antofagasta de la Sierra; entregados a Jujuy, Salta y Catamarca respectivamente. Hoy la región se conoce desde el punto de vista geográfico y morfotectónico como Puna argentina, y desde el punto de vista geológico como Puna austral (salto-catamarqueña) y Puna septentrional (Jujeña). Otras divisiones hacen referencia a una Puna seca y salada (austral) y una Puna húmeda (septentrional).
La línea divisoria coincide con una gran falla de la corteza que viene desde Calama en Chile y cruza a la altura de Huaytiquina, pasa por Olacapato y San Antonio de los Cobres, se profundiza en la Quebrada del Toro y luego de atravesar el Valle de Lerma y cortar las sierras del oriente se interna en la llanura chaqueña. Se conoce a dicha estructura tectónica como “Lineamiento Calama-Olacapato-Toro” (C-O-T).
Memorias de viajeros
Los relatos de los viajeros que cruzaron la Puna desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX contienen historias apasionantes sobre la majestuosidad del paisaje, los rigores del clima, la escasez de vegetación, la falta de agua dulce y la dureza de las travesías para hombres y animales. Recordemos simplemente el cuento “El Viento Blanco”, de Juan Carlos Dávalos, que narra las peripecias de cruzar la Puna hacia Chile con arreos de ganado, bajo el mando del mítico arriero don Antenor Sánchez.
Uno de los primeros expedicionarios que cruzó la Puna salteña y dejó escritas sus memorias en 1869 fue el suizo Johann Jakob von Tschudi (1818-1889). En su relato de viajes hace referencia a temas que se van a mantener en muchos viajeros posteriores, como Brackebusch, Becerra, Holmberg, Ambrosetti, Reichert, Caplain, Bernabé, Catalano, entre tantos otros. Hablan de la problemática de los animales, los pastos duros, las aguas salobres, los roedores y sus cuevas, y muchos más. La logística para esos largos viajes era sumamente compleja. Había que proveerse de muchas vituallas para cruzar El Despoblado. Y contar con buenos baqueanos y buenos animales.
Para empezar, había que encarar la escarpada cordillera pre-puneña con todas sus anfractuosidades. Las sendas corrían pegadas a precipicios y muchas veces los animales se despeñaban y caían al vacío. Se cuenta una anécdota en que el joven Fritz Reichert, viajero alemán que cruzó la Puna en 1904 y publicó sus memorias en 1907, perdió una mula que se le cayó al precipicio. Cuando llegó a Buenos Aires los burócratas de turno le reclamaron el pago del animal. Cuando se quejó por ello le dijeron que el comprobante de baja de la mula era haber traído la marca cortando con el cuchillo ese pedazo de cuero y adjuntarlo al expediente. Obviamente que era más económico pagar la mula que arriesgarse a bajar al precipicio a buscar la evidencia.
“Los ocultos”
Era necesario también evitar los vegetales venenosos y muy palatables, como el garbancillo, una hierba rica en selenio que es letal para los animales que la comen. Al bajar a la Puna comenzaban los verdaderos problemas. La vegetación es diametralmente opuesta a la de los valles abajeños y está compuesta por pastos duros, arbustivas y bofedales en las vegas. Uno de los pocos vegetales caloríficos para hacer fuego es la leña cuerno. Los pastos duros y silíceos, tal como la paja iru (de ahí viene el topónimo Iruya), lastimaban el hocico de los animales. Las aguas sulfatadas les producían diarreas severas. Y lo peor eran los ocultares, terrenos cribados completamente por la acción de “los ocultos”, esos roedores omnipresentes en la Puna.
Las mulas sufrían horriblemente transitar por esos terrenos blandos y llenos de cuevas y madrigueras. Muchas veces quebraban sus patas y quedaban inservibles, con lo que había que sacrificarlas. El sufrimiento por los ocultos aparece repetido una y otra vez en la mayoría de los viajeros.
Juan Bautista Ambrosetti, arqueólogo y padre de la etnografía argentina, se quejaba de los pobres mamíferos y proponía como solución ecológica drástica que había que exterminarlos. Eso lo dice en un informe que realizó en los primeros años del siglo XX, alrededor de 1903, cuando llegó en misión oficial del gobierno argentino para estudiar la nueva región del Territorio Nacional de los Andes, que se había incorporado en enero de 1900 a la geografía política del país.
Lo cierto es que los “ocultos” o tuco-tuco puneños, ratones que fungen bajo el nombre científico de “Ctenomys opimus”, viven ocultos como su nombre lo indica y son muy difíciles de ver. Una vez llevé al Dr. Rosendo Pascual, reconocido paleontólogo de mamíferos del Museo de La Plata, a ver un alero en la Puna donde vivía un jucu, un enorme lechuzón nocturno, que comía roedores y luego arrojaba los bolos de regurgitación (egagrópilas) con todos los huesos limpios. Allí se hizo un interesante muestreo de esa fauna puneña, generalmente invisible de día, para ser estudiada en la Universidad Nacional de La Plata.
Un caso diferente es el de la chinchilla real, que fue llevada a la casi extinción a comienzos del siglo XX por la caza indiscriminada a raíz de la apetencia femenina por sus hermosas pieles, entonces de moda. El volcán Ratones, el salar Ratones y otros topónimos afines de sierras, vegas, etcétera, hacen referencia a los roedores y especialmente a las chinchillas. En 1980 subí por los faldeos del volcán Ratones y tuve la suerte, y el susto al mismo tiempo, de toparme de frente con un gato andino, magnífico animal que tiene a los roedores en su dieta. Encontré algunas pequeñas jaulas abandonadas con las que los cazadores, primero legales y luego furtivos, atrapaban a las chinchillas a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Triste recuerdo de una época donde no había ningún respeto por la vida silvestre.
Lo cierto es que los ocultales representaban un verdadero peligro para el tránsito de personas y animales en la Puna. Y todavía lo son para las camionetas que se aventuran por campos y peladares y quedan completamente atascadas resultando bastante difícil su rescate. Cuanto más patinan por liberarse, más se hunden. Y no importa cuán poderosa sea la cuatro por cuatro.
La formación de los peladares es una consecuencia de que los ocultos comen la escasa vegetación desde la raíz. Al quedar desprotegido el suelo el viento comienza a eliminar la fracción fina, esto es arcillas, limos y arenas, y solo van quedando las gravas que se empiezan a unir hasta formar un piso firme al que se lo conoce como “pavimento del desierto”.
La superficie puede parecer segura pero generalmente encierra trampas de las madrigueras ocultas y eso representa un peligro para los vehículos. Otro de los fenómenos de la eliminación de la vegetación por los roedores es que cambia el albedo de las superficies, con lo cual aumenta la reflexión del suelo ante la incidencia de los rayos solares.
Pesadillas climáticas
Todo ello tiene consecuencias físicas, caso de la meteorización térmica o termoclastismo. Los antiguos viajeros que cruzaban la Puna se encontraban con una realidad climática rigurosa. Frío, amplitud térmica, vientos helados, ráfagas de arena, viento blanco, hipoxia, hipobaria, aguas salobres, pastos duros, ocultales, falta de leña combustible, heliofanía, insolación, soroche, surumpio, radiación solar, electricidad atmosférica, sequedad, altas tasas de evaporación y evapotranspiración, entre un sinnúmero de fenómenos atmosféricos singulares. Téngase presente que estamos hablando de una región tropical pero ¡a cuatro kilómetros de altura sobre el nivel del mar! A comienzos del siglo XX las expediciones tardaban varios meses para armar la logística.
El viaje hasta la Puna desde los valles llevaba al menos una semana. Un ejemplo fue el viajero Luciano R. Catalano (1890-1970), químico y geólogo del Estado argentino, que investigó la Puna en campañas que duraban hasta seis meses. Catalano estudió y publicó sobre la geología de los principales salares, investigando sus depósitos de boratos y su entorno geográfico. Realizó estudios muy detallados en los salares del Hombre Muerto, Diablillos y Cauchari. También investigó sobre las aguas termales de Antuco y Coyahuaima, filones metalíferos, fenómenos atmosféricos, hidrología, topografía, flora, fauna, clima, suelos, poblados, entre otros aspectos que hoy resultan esenciales en el marco de las líneas de base ambientales históricas para la región. La obra de Catalano sobre la Puna es enciclopédica y gran parte puede conseguirse en formato digital en el repositorio del Servicio Geológico Minero Argentino (Segemar). En esos textos se aprecia el esfuerzo de estos hombres para tratar de estudiar y comprender la naturaleza de una de las regiones más inhóspitas y difíciles de la geografía argentina, pero con un extraordinario potencial económico minero. (El Tribuno, Salta)

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