La relevancia del superávit comercial energético
o.- (Daniel Montamat Ex secretario de Energía – Ex presidente de YPF) La balanza comercial total de la Argentina, este año, tendrá un superávit estimado de alrededor u$s 7.700M, que casi coincide con el superávit de la balanza energética. Según proyecciones de Econométrica, la balanza comercial del país si se excluye el rubro energético, pasó de ser superavitaria en u$s 13.200 M el año 2024, a ser ligeramente deficitaria el corriente año.
El año pasado el saldo de la balanza comercial tuvo un superávit total de u$s 18.900M, y el superávit energético contribuyó a ese saldo con un superávit de u$s 5.700M. Este año, el superávit energético proyectado en unos u$s 7.900 M es clave para mantener el saldo positivo total de los 7.700 señalados.
Imaginemos que el balance energético se mantuviera en rojo (fue negativo hasta el 2022 en unos u$s 4.370M), con las cuentas comerciales externas de la energía como parte del problema el balance comercial del país hubiera alcanzado un déficit de más de u$s 10.000M, aumentando el déficit de la cuenta corriente externa (estimado en 1.9% del PBI) y complicando más su financiamiento.
Ahora bien, si el superávit energético de este año fuera circunstancial y no estableciera una nueva tendencia, su lectura por parte de los agentes económicos tendría poca influencia en un cambio de expectativas respecto a la trayectoria argentina de explosiones cíclicas de las cuentas públicas y externas (mega devaluaciones y saltos inflacionarios incluidos).
Pero si se trata de una tendencia a afianzarse con crecientes exportaciones de energía, la lectura escéptica debe incluir nuevos datos. Con las obras logísticas ya realizadas (nuevos oleoductos, plantas de almacenamiento), y las obras en curso (oleoductos en construcción, transformación de metaneros en buques de licuefacción, nuevos gasoductos, etc.), ya no hay vuelta atrás en la orientación exportadora de petróleo y gas a partir del desarrollo intensivo de Vaca Muerta.
Y esta nueva orientación productiva augura exportaciones crecientes cada año (su valorización en dólares dependerá de los precios internacionales de los que somos tomadores) que irán consolidando un salto exportador que hacia fin de la década permitirá pasar de los actuales u$s 10.000 M de exportación a unos 40.000 M (si se considera la irrupción de la exportación de GNL al mercado mundial).
Sólo con este impulso las exportaciones totales de la Argentina que hoy promedian los u$s 70.000 M pueden trepar a 100.000M. Pero eso sería subestimar el potencial del complejo agroindustrial con exportaciones totales actuales de unos 35.000MM/USD y gran capacidad de expansión. Agreguemos cifras conservadoras a la perspectiva que ofrece el sector minero, la industria del conocimiento, la pesca y otros sectores, y es muy posible que la Argentina de la próxima década alcance una performance exportadora de unos 130/140 mil MM/USD (que duplica las actuales).
Frente a esta perspectiva ya anclada en la presente realidad energética, la preocupación sobre los recurrentes déficit de cuenta corriente externa, su financiamiento, y las consecuentes crisis de balanza de pagos que signan nuestro pasado económico, debe ser reconsiderada. Recordemos que el déficit de la cuenta corriente externa refleja un desequilibrio entre ahorro e inversión a nivel nacional. Puede deberse tanto al déficit fiscal (desahorro público) como al exceso de gasto privado (bajo ahorro privado o alta inversión financiada externamente).
Se lo estereotipa con la expresión gráfica de “vivir como nación por encima de nuestras posibilidades”. Durante los años 90 los déficits de cuenta corriente externa fueron recurrentes (hasta 4,2% del PIB en 1999). El colapso del régimen de convertibilidad en 2001 y el auge de los precios agrícolas marcó el inicio de una etapa con superávits significativos (2003–2011).
A partir de 2012, el saldo volvió a deteriorarse, y entre 2016 y 2018 el déficit superó el 5% del PIB. Ahora, con las cuentas fiscales en equilibrio el sector público ya no es responsable en la generación de este déficit, responsabilidad que tuvo en casi toda la historia pasada. El déficit/superávit pasa a depender del gasto privado (consumo/ inversión o combinación de ellos).
El salto exportador que auguramos para el país generará divisas y permitirá tener superávit o atenuar el déficit de la cuenta corriente externa. Con un proceso de transformación productiva en marcha y un arrastre de años de descapitalización, los bienes de inversión en los próximos años deberían preponderar sobre los de consumo (turismo emisivo incluido) en la conformación de los saldos de la cuenta corriente externa.
El déficit de cuenta corriente se puede financiar con capitales especulativos de corto plazo (los “golondrinas”), repatriando capitales argentinos, con préstamos de bancos u organismos internacionales de mayor plazo, o con inversión externa directa (IED). Por supuesto, mejor la inversión extranjera directa, los préstamos a largo plazo, o el ahorro argentino externo que vuelve a confiar en el país. ¿Puede haber crisis de cuenta corriente con cuentas públicas en equilibrio? Sí, la experiencia de Chile en 1977-78 y la de Asia en 1997 lo prueban.
No siempre funcionan los automatismos de ajuste en las cuentas externas, pero la experiencia comparada prueba que funcionan mucho mejor con saldos crecientes de balanza comercial, con cuentas públicas en equilibrio y con flexibilidad cambiaria. El superávit energético que llegó para quedarse y crecer empieza a viabilizar este nuevo rumbo.
Por último, y no menos importante, si llegan a “llover dólares” de exportación (minería, hidrocarburos) aprovechemos la oportunidad de institucionalizar un fondo soberano con parte de la renta apropiada en esas actividades por el Estado (Nación y Provincias). (Clarín, Buenos Aires, 30/09/2025)