EE. UU. presiona a China con restricciones aéreas por bloqueo de tierras raras
o.- Desde los pasillos del Capitolio hasta los hangares de Boeing, la tensión entre Estados Unidos y China suma un nuevo capítulo. Esta vez, el detonante no fue un misil ni una reunión fallida, sino la geopolítica de los minerales. El representante John Moolenaar, presidente del comité de la Cámara de Representantes sobre China, ha pedido al gobierno de Donald Trump restringir —o incluso suspender— los derechos de aterrizaje de aerolíneas chinas en suelo estadounidense. ¿La razón? Beijing ha limitado las exportaciones de tierras raras y de imanes industriales, elementos esenciales para la defensa y tecnología occidental.
No se trata solo de diplomacia comercial. Las tierras raras —ese grupo de 17 elementos que suenan a química avanzada pero que habitan en cada batería, misil, turbina e incluso en los audífonos de nuestros bolsillos— se han convertido en armas silenciosas de negociación. Y China, que controla más del 80% del procesamiento global de estos materiales, no duda en utilizarlas como ficha de presión. En abril, el gobierno chino amplió su lista de productos sujetos a control de exportación, incluyendo varios tipos de imanes de tierras raras, como respuesta directa a los aranceles que Washington impuso meses atrás.
Para Moolenaar, la respuesta debe ser contundente. “No podemos permitir que se estrangule a nuestra industria de defensa sin consecuencias reales para los sectores estratégicos chinos”, declaró. Entre las medidas que propuso figura la revisión de las políticas de control de exportaciones de aeronaves comerciales, repuestos y servicios de mantenimiento hacia China.
La propuesta llega en un momento complejo para las aerolíneas. Aunque Estados Unidos tiene aprobado operar 119 vuelos semanales hacia China, apenas se utilizan 48. Las cifras reflejan una realidad más amplia: la demanda sigue débil y las relaciones diplomáticas, frías. El Departamento de Transporte extendió esta semana el permiso que permite a United, American Airlines y Delta operar ese número reducido de vuelos por otros seis meses. Las aerolíneas chinas gozan de reciprocidad con igual número de operaciones hacia EE. UU., pero la situación dista de ser equilibrada.
Durante la pandemia, los vuelos entre ambos países se convirtieron en un símbolo del deterioro de los vínculos bilaterales. Primero, por las restricciones sanitarias impuestas por China; después, por la negativa de Beijing a aprobar más rutas para aerolíneas estadounidenses, lo que generó una ola de reclamos por parte del sector aeronáutico. Incluso durante la administración Biden, compañías aéreas y sindicatos pidieron frenar la expansión de rutas ante lo que consideraban políticas “anticompetitivas” del gobierno chino.
Este escenario tenso se ve atravesado por intereses comerciales cruzados. Circulan reportes que indican que China estaría considerando adquirir hasta 500 aviones de Boeing, como parte de negociaciones con Washington. Pero esa posible compra masiva no disipa las preocupaciones de fondo: ¿Puede Estados Unidos confiar en un socio que corta el suministro de minerales esenciales para su tecnología militar?
Desde hace años, Estados Unidos ha buscado reducir su dependencia de China en tierras raras. Se han financiado proyectos en Australia, se han fortalecido las alianzas con Canadá y se ha reactivado la producción interna, aunque sin resultados inmediatos. Extraer y procesar tierras raras es costoso, ambientalmente sensible y requiere tecnologías que, hoy por hoy, dominan los chinos.
China, por su parte, no es ajena a la importancia de estos recursos. Controla no solo las minas, sino también la cadena de valor: refinación, fabricación de imanes, componentes para vehículos eléctricos, turbinas eólicas y más. Su estrategia de retener parte del suministro responde a una lógica de protección de sus intereses industriales, pero también, como lo muestra este nuevo episodio, a un uso calculado del poder económico.
La propuesta de Moolenaar no ha recibido respuesta oficial del gobierno de Trump. Tampoco la Embajada China en Washington ha emitido comentarios. El silencio, en este caso, también es una forma de tensión. Pero las implicaciones no son menores: si se concretan las restricciones aéreas, se impactaría directamente uno de los pocos canales que aún operan con cierta normalidad entre ambas potencias.
Para las aerolíneas estadounidenses, la iniciativa es una espada de doble filo. Por un lado, protegería su competitividad frente a lo que consideran un mercado distorsionado. Por otro, podría complicar las relaciones comerciales con uno de los mayores mercados del mundo, justo cuando buscan recuperar terreno tras la pandemia.
La industria minera, por su parte, observa con atención. En medio de la disputa, surgen nuevas oportunidades para proveedores alternativos y para proyectos de exploración en América Latina, África o incluso México, donde existen depósitos potenciales de tierras raras aún poco explotados. En este contexto, el impulso a políticas públicas que incentiven la minería responsable podría convertir a países como México en actores clave de esta cadena crítica.
Como nota editorial, conviene subrayar que el debate va mucho más allá del intercambio de vuelos. Lo que está en juego es la autonomía tecnológica y militar de Estados Unidos. Y en ese terreno, los minerales estratégicos no son solo recursos: son instrumentos de poder. Si Washington logra consolidar una cadena de suministro alternativa y confiable, se reduciría una de las vulnerabilidades más delicadas de su estructura de defensa. Pero el camino es largo, costoso y requiere decisión política sostenida.
Mientras tanto, el cielo entre ambos países sigue siendo un reflejo de la pugna terrestre por el dominio de los recursos del siglo XXI. (Minería en línea)